El Teatro Alameda acoge hasta el 21 de marzo una nueva forma de entender el teatro a través de la improvisación. Los dos integrantes de la compañía Pirueta Teatro logran que cada jueves a las 21:30, cada espectador tenga una noche diferente a la de la semana interior con sus diferentes historias.
Texto: Natalia Eseverri
Imagínense que les colocan en un escenario delante de un público que, a través de una tarjetas, escribe lo que se ocurra y se le pase en ese momento por la cabeza y que ustedes al leerlo tienen que elaborar un sketch en base a ese texto y sólo disponen de un minuto y medio para pensarlo y ejecutarlo. Esta es la premisa de este espectáculo y el riesgo que eso conlleva.
Selva Zamorano y Diego Martín llevan 12 años desarrollando y evolucionando esta técnica, el match de improvisación. Un estilo que surge en Canadá de casualidad y que poco a poco se convirtió en un fenómeno que llega a los límites de hasta crearse ligas de esta disciplina teatral con árbitros que la moderan. Es algo que en Argentina sí que se estudia y se aprende, pero que en España nos es algo desconocido. Es más, creo que pocos actores se atreverían, y mucho más con la soltura de Selva y Diego, a hacer lo que ellos hacen en la sala Up del Teatro Alameda.
Cuando hablo con ellos, enseguida surge mi duda, ¿y si te escriben algo demasiado surrealista?, los dos son claros, tenemos las herramientas y las cualidades para sacar provecho de lo que nos escriban. Lo compruebo durante la representación con textos como “morcilla de burgos” o “pienso, luego existo”. No sólo logran sacarle jugo a esas frases tan complicadas si no que son capaces de darle una vuelta de tuerca inimaginable en el que incluyen a la perfección esos términos. Y repito, sólo en un minuto y medio. Incluso cuando van realizando diversos sketches, intercalan con sucesos que han pasado en uno anterior, con lo cual la interactividad y la conexión de todo lo que acontece es mucho mayor y más divertida hacia el espectador.
Tienen, además, una capacidad de divertir al público innata e inmediata, si encuentran la risa no dejan de explorar ese terreno, si no surge, se ríen de ellos mismos hasta lograr de nuevo esa complicidad con el espectador. Es un ejercicio complicadísimo cuyo mérito es apasionante.
Aunque puedan preveer que puede salir en esas tarjetas dependiendo de la actualidad, lo cierto es que podrán jugar con esa baza en una ocasión o dos, pero como el espectáculo tiene bastante duración, el ingenio y la improvisación se tienen que dar más tarde o más temprano porque a todo el mundo no se nos ocurre escribir de lo mismo en esas tarjetas.
Y para su trabajo, no les hace falta un decorado impresionante ni atrezzo fascinante, simplemente la imaginación y pequeños elementos que ellos logran meter en la historia fácilmente (una peluca, un pañuelo o unas gafas) y que la gente desde sus butacas, sepa al momento quién es el personaje y qué está realizando en ese sketch. Con deciros, que hasta interpretaron a un par de guantes de un mago que estaban guardados en un cajón, los límites pueden ser insospechados.
Algo que me pareció realmente curioso es que no tienen pauta de tiempo. Determinan la historia, la ejecutan y dependiendo de la reacción y cómo evolucionan los diálogos improvisados entre ellos, saben perfectamente cuando tiene que acabar y empezar el siguiente. Sin esa complicidad y sincronía, este espectáculo no podría realizarse.
La verdad es que es una oportunidad muy buena para ver algo original, evadirse de problemas y disfrutar con el gran trabajo actoral que realizan estos dos intérpretes y sorprenderse del giro que le pueden sacar a una historia sencilla que se les ocurra. Eso sí, no sean “malajes” y no les pongan una onomatopeya o cualquier cosa rara por el estilo, aunque ellos, estoy convencida, serían capaces de sacarle petróleo a esa circunstancia.
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